¿Y SI PERDIERA AÚN MÁS...?

Cuando una persona nos deja, una parte de nuestra vida se va con ella.

Los sentimientos.

Quien ha perdido a su cónyuge, a uno de sus progenitores (o a ambos), a un hermano o a un hijo, sabe lo que significa la frase "Perdí una parte de mi vida". Ciertamente es una frase cruda, desgarradora y muy real, pero también es literal en la mayoría de los casos.

¿Cómo puede ser esto posible? La explicación está en los sentimientos que todos poseemos, incluso los animales y las plantas (éstas últimas lo manifiestan a través de su verdor, su florecimiento y los frutos que produce). Cuando nos enamoramos, sentimos que el mundo cambia y comenzamos a expresar lo mejor de nuestro mundo interior. Si logramos consolidar la relación, compartimos experiencias y costumbres con esa persona al punto de que nos hacemos uno con ella al transcurrir el tiempo. Si tenemos descendencia producto de esa relación, le extendemos ese sentimiento que identifica la unión de la que proceden. Y es por eso, precisamente por eso, que su separación física es tan dolorosa para nosotros; pero su muerte es más dolorosa aún.

Cuando un dolor es seguido de otro.

Me cuesta imaginar un dolor emocional más intenso que este, pero ¿es posible que ocurra? Quiero decir, si al momento o después de perder a alguien muy querido nos sucediera otra cosa que cambiara nuestra existencia de manera aún más extrema ¿qué pasaría con nuestro equilibrio mental? Mientras yo me encontraba de reposo por causa del Covid-19 tras el fallecimiento de Yuvia, escuché acerca un hombre que vio morir primeramente a su única hija para luego asistir impotente a la muerte de su esposa; ambas murieron por causa de la pandemia. Otro caso, muy sonado en Maracaibo, fue el de un comerciante de pinturas, viudo, cuyos hijos le quitaron todas sus pertenencias materiales y lo dejaron literalmente en la calle. Pero el más conocido de todos es el de aquel próspero terrateniente oriental que, en un sólo día, perdió toda su fortuna, sus hijos y su salud. Su nombre era Job.

Si yo me sentí mal con la muerte de mi padre y, 58 días después, el fallecimiento de mi esposa me destrozó más ¿cómo se habrán sentido los personajes que mencioné líneas arriba, con todas las pérdidas que tuvieron casi al mismo tiempo? No quiero imaginármelo. Si además de mi esposa, hubiese perdido mi casa, mis medios de sustento, mi honra y mi salud, yo no sé a dónde habría ido a parar. Seguramente estaría demente, encerrado en un manicomio o tal vez ya no estaría en este plano físico. 

Job pasó por fuertes pruebas; aún así no se rindió.

El secreto para no caer en la desesperación.

Entonces me viene a la mente el caso de Job. ¿De dónde sacó tanta entereza para enfrentar las inesperadas pérdidas que se le presentaron una tras otra? ¿Por qué que no renegó de servirle a Dios, aún cuando presuntamente Él había causado todas sus desgracias? ¿Cómo pudo mantener su equilibrio mental y emocional en medio de tantas penurias? Sólo me viene a la mente una razón: fe inquebrantable. Esta, unida a una proverbial paciencia y una perseverancia a toda prueba, fue la causa por la cual Job se mantuvo a flote y logró salir de ahí. Ese fue su secreto y gracias a ello pudo salir victorioso. Aunque lloró la muerte de sus primeros hijos y los mantuvo en su memoria hasta el final de su vida, Dios le dio la oportunidad de tener otros hijos, reconstruir su familia, recuperar los bienes materiales perdidos y ver su salud restablecida, al punto de ser bendecido con el doble de lo que tenía antes del desastre. 

Es posible que entre mis hipotéticos lectores haya alguien que piense que este caso es único e incluso considere que es imposible que haya ocurrido. Como no podemos comprobar esto último, la creencia o no en el relato queda a criterio de la fe individual. Yo, particularmente, lo creo; no sé si llegaría a reaccionar igual que Job ante el cuadro completo, ya que apenas he pasado por menos de 1/4 parte de lo que él pasó. Sin embargo, tomo para mí las palabras del personaje Rick O'Conell en la película "La momia" (1999): "Después de tantas cosas que he visto, prefiero seguir el camino de la fe".

O sea, si perdiera aún más, sé que me quedaría Dios... y si Él no me ha abandonado en esta pequeña prueba presente ¿me abandonaría si el desastre fuese aún mayor? Absolutamente no. 

"(...) hasta el día en que Dios se digne descifrar el porvenir al hombre, toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡Confiar y esperar!" (Edmond Dantés, "El conde de Montecristo", novela de Alexandre Dumas).

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