UN AÑO SIN LA MICHU
Todavía recuerdo, como si fuera ayer, los dolorosos eventos que marcaron las últimas horas de mi gordita bella en este plano terrenal, aquel funesto 27 de enero de 2022: su respiración asistida por bombona de oxígeno, su traslado urgente al hospital, el llenado de planillas, la búsqueda de medicamentos, el último vaso de jugo que le pude dar, el último gesto de amor (una señal secreta que sólo ella y yo entendíamos) que le hice llegar a través de una enfermera, su urgente traslado a la UCI (cuando la vi por última vez) y, finalmente, la terrible noticia de su deceso... Todo eso aún permanece fresco, dolorosamente, en mi memoria.
Desde esa triste fecha, el tiempo transcurrió lentamente. Las horas de soledad en nuestra casa se hicieron eternas y los recuerdos de las horas maravillosas que pasé junto a ella se acumularon en mi mente día tras día; muchísimas lágrimas, cientos de lamentos, infinidad de reflexiones, sentimientos encontrados y perspectivas pesimistas fueron combustible para momentos en los que quería renunciar a todo, al mismo tiempo que la oración, la escritura, las redes sociales y las conversaciones con verdaderos amigos comenzaron a producir aceptación, sosiego y una muy necesaria visión de esperanza. Los primeros seis meses tuve que reaprender a estar solo (no lo estaba desde 1994); esto significó encargarme a solas de las cosas que antes hacía junto a Yuvia (preparación de la comida, limpieza de la casa, lavado de la ropa, entre muchas otras) y reorganizar mi rutina diaria para adaptarme a las nuevas condiciones.
Opté por dividir mi proceso de recuperación en períodos estimados de seis meses, durante los cuales trabajaría en mi realidad, mis sentimientos y mis perspectivas. Todos estos aspectos tuve que atenderlos a conciencia a fin de no caer en el autoengaño o la autocompasión, actitudes muy dañinas para quien pasa por un duelo. Tener un objetivo definido ciertamente ayudó mucho en mi paulatina recuperación, ya que tenía qué saber hacia dónde redirigiría mi existencia para responder en forma positiva a los nuevos retos que se me irían presentando en el transcurrir de los meses.
Asumí nuevas responsabilidades, formulé nuevos proyectos y comencé a desechar hábitos, pensamientos y actitudes que serían un obstáculo para mi resurgimiento. Al mismo tiempo, fortalecí relaciones familiares y de amistad existentes, así como tendí puentes para crear nuevas, pero también tuve que renunciar a otras, con todo el dolor que esto ocasionaría para ambas partes; no tuve más opción, porque si continuaba con aquellos lastres, tarde o temprano terminarían por llevarme al fondo y de allí difícilmente podría volver a emerger. Las medidas han ido surtiendo efecto, pero no puedo engañarme: todavía no estoy completamente recuperado; más aún, por el resto de mi vida terrenal llevaré en mi mente y en mi corazón la dicha de haber conocido el amor de mi Michulina y haber disfrutado de su compañía durante 27 años, todo lo cual traerá siempre a mi memoria el doloroso momento de su partida física. "El amor nunca deja de ser", expresó el Apóstol Pablo en su carta a los corintios y en mi caso, sé que ese amor permanecerá en mí hasta que abandone este plano terrenal.
Verdaderamente Yuvia fue la mujer que me mostró una de las facetas más fuertes, intensas y abnegadas del amor. Desde el 24 de septiembre de 1994, fecha en la que nos hicimos novios, hasta el 27 de enero de 2022, cuando sus ojitos se cerraron para siempre, el amor que Yuvia sintió por mí prevaleció sobre los desencantos y los temores, sobre los malos hábitos y las fallas. Ella amó mucho y por eso, sin lugar a dudas, Dios le perdonó mucho al momento de partir a presentarse ante Él, ya que no era perfecta (ninguno de nosotros lo es), pero tenía un corazón tan amplio y tan noble que no albergaba odios. Todo en ella siempre fue motivado por el amor y yo tuve la bendición de ser amado por ella. Y así como ella me amó, yo la amé y la seguiré amando, pues el verdadero amor, tal como la energía, nunca desaparece: sólo se transforma.
A un año de su partida al Reino de Los Cielos, honro la memoria de quien fue y será mi eterna gordita bella, mi pelada hermosa, mi "Penny gordita", mi Michu; un lujo de hija, hermana, madrina, amiga, colega, compañera, novia y esposa: Yuvimar Teresa Ibarra Rivas.
"No me pidas que me aleje de ti, porque a donde tú vayas, iré yo y en donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios" (Rut 1,16).

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