¿POR QUÉ CONTINUAR?

De rojo, hacia la derecha. Yo no era el prototipo de muchacho ideal para una muchacha en la época de los 80. 

La pregunta no es por queja ni por desmotivación: es para reflexión... y va dirigida al hipotético lector de este artículo.

Cuando, a mis 14 años, fui despreciado por una muchacha que me aventajaba en edad por dos calendarios, bien pude haberme rendido y decir "¡Se acabó! ¡Nadie me va a querer nunca!"... Al reprobar (por primera vez) Física y Química durante mis estudios de bachillerato, perdiendo el año académico por ello, bien pude haberme abandonado a mi suerte y no continuar estudiando... Durante mi carrera militar, al haber fallado en la ejecución de algunas órdenes, ciertos oficiales superiores llegaron a tratarme de inútil y hasta me amenazaron con destruirme como Sub-Oficial Profesional de Carrera, prometiéndose a sí mismos hasta quitarse el grado si no lograban expulsarme de la Fuerza Armada... 

Los años pasaron. Conseguí el amor de una maravillosa mujer (con quien permanecí hasta su partida a la Eternidad)... me gradué en la Universidad... conseguí ser Oficial (y me retiré honrosamente manteniendo mi grado de capitán)... 

Con el tiempo, Dios y la vida me concedieron muchas bendiciones.

Otra persona más conformista o más apocada ya se habría olvidado de estas aspiraciones (tener pareja, obtener un título universitario, alcanzar un puesto destacado en su carrera profesional) apenas apareciendo el primer obstáculo. Ciertamente lloré mucho al no ser aceptado por la joven de 16, pero mi personalidad se fue puliendo y el jovencito ingenuo e inseguro le dio paso al hombre sabio y valiente... no entiendo la Física y la Química, así que me decanté por los idiomas, las leyes y la informática... No me destaqué en las habilidades de comando, pero desarrollé el don de la persuasión, la empatía y el valor de la lealtad, lo que me granjeó la estimación de muchos Oficiales Superiores. O sea, preparé limonada con los limones que me cayeron encima.

Hice lo mismo cuando la mujer que amé por 27 años me fue arrebatada por el Covid-19. Hasta la fecha de hoy me duele su partida terrenal, pero lejos de mí está el tirar la toalla. Bien podría haberme encerrado en lo que fue nuestro hogar, permaneciendo aislado del mundo y lamentándome de mi suerte... Pero así no soy yo. La vida golpea duro, sí, pero si uno se levanta tras recibir los golpes y sigue en la pelea, la derrota es apenas una posibilidad, no es un hecho consumado.

Y por eso continúo en el cuadrilátero. Mi hora de retiro aún no ha llegado. 

De verde, hacia la derecha. Aquí estoy, de rodillas ante Dios, pero de pie ante el mundo.

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