EL TRAGO AMARGO DE LA SOLEDAD.

Vivir en soledad: el gran desafío.

La vida en solitario es un verdadero reto para quienes vivimos junto a una persona durante muchos años y, por circunstancias de la vida, ya no está a nuestro lado. Los recuerdos se amontonan en la cabeza y todo se convierte en una vorágine de melancolía. Para más tortura, cada fotografía, cada objeto que se encuentra en la casa dice a gritos que estamos solos.

No es fácil (de verdad no lo es) preparar comida sólo para uno, limpiar la casa sin ayuda, pasar los días y las noches sin más compañía que las luces encendidas, un programa de TV (o una selección de música en el aparato de audio), una mascota (en mi caso, un gato) y una taza de café. Es duro ver vacío el espacio que el ser querido antes ocupaba en el comedor, en la cama, en la silla... Y entonces la tristeza hace presa en uno, las lágrimas surgen y el dolor fluye... pero la soledad permanece.

Hace unos años con ella... Y ahora sin ella.

Cinco meses han transcurrido desde la partida terrenal de mi gordita bella... y aún no me adapto a su ausencia. Algunos puede que se pregunten "Pero ¿hasta cuándo va a seguir con el dolor?", incluso pueden quejarse de que "vuelva el perro arrepentido"... Pero como dije en uno de mis artículos, el duelo es mío y nadie más podrá entenderlo ni vivirlo conmigo. Simple, duro y cierto.

No obstante, sigo adelante. Apurando el fondo de la copa que me ha tocado beber.

Es una bebida amarga, pero no queda otra cosa qué hacer.

Verdades ineludibles.

Paulatinamente he ido comprendiendo muchas verdades y esas son las que me han enseñado que el proceso de duelo es algo que debe padecerse "sí o sí" para poder evolucionar. He encontrado también que el dar luces a otros en cuanto a sus propios procesos de duelo ayuda a mitigar el propio dolor. En este punto debo aclarar, en honor a la verdad, que no he podido hacer lo mismo con algunos de mis familiares, quizás porque cargamos el mismo dolor por las mismas personas. Es como el médico que no puede intervenir quirúrgicamente a su cónyuge o a sus hijos: el factor emocional es clave para proceder con efectividad.

Seguramente llegará el momento de abrirme a nuevas situaciones y dejar atrás lo que una vez fue. No lo sé. Comprender la realidad de la muerte y tener la certeza de que existe vida más allá de ella me ha ayudado mucho en mi proceso de sanación. Pero obviamente no basta entender o aceptar todo lo anterior: la voluntad de seguir caminando, la disciplina requerida para ello y el apoyo tanto de de familiares como de amigos es también esencial.

Vivir puede ser más duro que morir. Por eso no queda más opción que continuar hacia adelante. Y es lo que le recomiendo a quienes leen estas líneas y pasan por un trance semejante al mío.

Cero retroceder, cero rendirse.

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